martes, 31 de agosto de 2010

Billstrasse o Los patios traseros de Europa


Billstrasse, Hamburgo

África empieza a dos paradas de la estación central de Hamburgo. A pocos pasos del tercer puerto más grande de Europa está la Billstrasse. Es una calle que pocos habitantes de Hamburgo conocen, pero que en algunos países africanos es más conocida que el Kurfürstendamm de Berlín o el Jungfernstieg de Hamburgo, donde se alinean las tiendas de Gucci, Armani, Bulgari & Co. La Billstrasse es para Nigeria, Ghana, Senegal y varios países que tienen en común el sufijo “-stan”, lo que el “Walmart” es para los Estados Unidos. En esta calle de la zona industrial se coleccionan los desechos electrónicos de toda Alemania y quizá de toda Europa: un depósito enorme solo contiene televisores viejos, otro patio brilla en blanco —refrigeradoras y lavadoras recontrausadas están amontonadas hasta en cuatro pisos—. Otros talleres albergan a todas las generaciones de equipos musicales y computadoras dinosaurios. Es el basurero de la sociedad de consumo.

El primer almacén de la calle pertenece a Naabi Khan, un inmigrante afgano con 15 años en Alemania. Su experiencia con una guerra que él no buscó ni entendió bien nunca se transmite en su mirada tristemente desconfiada. Hoy, él exporta a su país planchas, alfombras, lámparas y hasta máquinas para preparar una Pilsen casera que los almacenes alemanes han rechazado por tener algún defecto. Los almacenes de la Billstrasse están en manos de los orientales. Es un buen negocio, a juzgar por el número de BMW negros y 4x4 que circulan por acá. Pero mientras que los afganos son los dueños, la mano de obra es africana.

En otro patio se reúnen africanos de todos los países. Su negocio consiste en comprar un auto viejo, llenarlo hasta el tope con electrodomésticos usados y mandarlo a Nigeria, donde se repara cualquier televisor por la décima parte de lo que costaría en Alemania. Es un negocio redondo: los alemanes se deshacen de su basura y los africanos ganan un televisor “made in Germany”.

Muchos de los africanos que trabajan en la Billstrasse son indocumentados, lo que explica la desconfianza arraigada en sus miradas y sus miedos a contar sus historias a los foráneos alemanes. Más que un africano que hoy se dedica a cargar las refrigeradoras y televisores viejos, salió de su país lleno de ilusiones.

Roma-Casablanca
En el 2007, un joven italiano de 25 años hizo el viaje inverso. Armado de un boleto solo de ida, subió a un avión hacia Casablanca. Gabriele del Grande, así se llamaba, se había dado una misión: seguir los pasos de los inmigrantes africanos muertos en el Mediterráneo. Averiguar de dónde venían, cómo había sido su vida, quiénes los esperaban o lloraban cuando se enteraban de sus muertes. Cuáles habían sido las esperanzas que los llevaban a cruzar el Sahara para después morir en el intento de atravesar el Mediterráneo y llegar a Italia. Gabriele del Grande viajó por países que, cuando mucho, conocemos solo de nombre: Mali, Sahara Occidental, Senegal, Mauritania. Se entrevistó con los familiares de refugiados muertos. Varias veces le tocó a él, al reportero, ser el mensajero de la muerte. El fruto de la misión de Gabriele del Grande es un libro fascinante y conmovedor que debería ser lectura obligatoria para cualquier aspirante a periodista: Mamadou va a morir: El exterminio de inmigrantes en el Mediterráneo, porque cuenta con humanidad y tenacidad un drama que ya nadie en Europa quiere escuchar: la tragedia de los migrantes clandestinos que se estrellan antes o al llegar a la fortaleza europea.

Bruselas, junio 2009
Detrás de un atril con un medio-corazón formado de estrellas europeas en la sala de prensa de la sede de la Comisión Europea, monsieur Manuel Barroso, el funcionario más alto del Viejo Continente, sale hoy a presentar a la prensa la nueva estrategia de seguridad interior. Es un tema de alta prioridad: la protección de los ciudadanos de esta parte del mundo. Protección de la delincuencia. Protección de los migrantes ilegales. Se trata de fortalecer y hacer más eficaz la fortaleza europea. En concreto, de cómo abordar el problema de la migración ilegal.

Las imágenes de los refugiados africanos que han naufragado en el Mediterráneo hablan por sí solas. Ocho millones de migrantes ilegales en la UE, dice el comisario Barrot. ¿Qué hacer? Barroso y su colega Barrot hablan de un proyecto piloto para repatriar migrantes de Malta. De reforzar centros de retención en países del África del Norte. De unificar los criterios de visa para todos los países de la UE. Y de —casi pasa desapercibido, pero sería una revolución—: incluir en el ránking de requisitos de visa criterios individuales y no solo la nacionalidad. Es decir que para los bien educados, los pudientes, los bien relacionados del mundo entero será más fácil viajar. Los pobres de cualquier país del planeta tendrán que quedarse en casa. Es el primer paso para oficializar la nueva sociedad de clase global.

Lo que no dicen es que, para deshacerse de migrantes no deseados, los gobiernos europeos hacen negocios con gobernantes que no cumplen ni remotamente la carta de los derechos humanos de la que la UE tanto se vanagloria: la Libia de Gaddafi o la Belarus del dictador Lukatschenk reciben pingües incentivos para retener a los migrantes en campos de concentración. Tampoco dicen que varios marinos que han cumplido con el mandato universal de salvar a náufragos han sido acusados ante tribunales italianos por ayuda al tráfico de personas.

Desde que los países europeos firmaron el Tratado de Dublín II, llegan cada vez menos migrantes ilegales hasta el corazón de Europa. Dublín II significa que cada migrante puede solo aplicar una vez al estatus de refugiado, y solo en el país europeo donde llega primero. En Alemania, el tema de los refugiados o inmigrantes ilegales no recibe ya ninguna atención pública. A veces pasan imágenes de barcos repletos de televisores. Es considerado un problema italiano, español o griego. Por mucho que los alemanes se molesten porque los griegos malversen —a sus ojos— sus euros, nada les interesa que los mismos griegos o italianos no cumplan con estándares humanitarios en el trato de migrantes.

Otra vez Billstrasse
No son exactamente los africanos de la Billstrasse lo que los políticos europeos tienen en mente cuando hablan de atraer a extranjeros calificados. Sin embargo, son los africanos que han llegado hasta la Billstrasse los que han sobrevivido. Son los vencedores. Lo han conseguido: llegaron al corazón europeo para cargar los desechos de esa sociedad de consumo que, no obstante todas las crisis, persiste vivita y coleando. Detrás de los depósitos de basura electrónica se pueden ver los cerros de autos aplastados, frutos del incentivo estatal para comprar carros nuevos.

Pocos europeos cuestionan el modelo de crecimiento continuo, aunque todos saben que la economía europea ya no crece. Prefieren cerrar los ojos a lo que pasa con sus desechos de la misma manera que los cierran ante lo que ocurre en sus fronteras. Prefieren también cerrar los ojos, mientras puedan, frente al hecho de que cada vez vienen más alemanes a comprar en la Billstrasse. “El otro día vino una anciana que había ahorrado tres meses para comprarse una aspiradora nueva, y no le alcanzó. Aquí se la vendí a la mitad”, cuenta el afgano Naabi Khan, aún incrédulo de que la pobreza haya llegado al corazón de una parte de la sociedad alemana.

¿Y ustedes qué hicieron?
Gabriele del Grande sigue con su misión. Lleva en su bitácora la cuenta minuciosa de cada migrante muerto en el intento de saltar las vallas de la fortaleza europea. Ha anotado ya a 15.000. Tengo el presentimiento de que en algunos años nuestros nietos nos acusarán: “Y ustedes, ¿cómo han podido dejar que estos homicidios sucedan? ¿Acaso no se sabía?”.

(publicado orignalmente en ideele no 200, www.revistaideele.com)

1 comentario: