jueves, 23 de diciembre de 2010

Un cuento navidenho africano



Navidad con el Papa Noel



Este año he vivido mi navidad ya en setiembre, con 30 grados bajo la sombra. A pesar del calor y de la arena, el Papa Noel llevaba un collar blanquísimo sobre una camisa recién planchada y manejaba un Mercedes color pino de los años 70. Papa Noel era su nombre verdadero: el Padre Noel Nana era el sacerdote católico de la comunidad de Koubri en Burkina Faso, a 20 kilómetros de la capital Ouagadougou. Yo había viajado a este país africano para asistir a un congreso de periodistas y quería hacer un reportaje sobre la vida en una comunidad católica. El Padre Noel estaba dispuesto a llevarme a su comunidad. No tenía idea de que unas horas más tarde iba a volver a la capital profundamente avergonzada por la hospitalidad africana.
Según las estadísticas, Burkina Faso es un país pobre, un país muy pobre. Yo me creía habituada a los rostros de la pobreza: los rostros cansados de los chicos que venden caramelos y chicles en las avenidas grandes de Lima; los rostros de niños de pies descalzos en el frio de los 4000 metros de altura en los Andes. Pero también los rostros desilusionados de jóvenes desempleados que se reúnen en la estación de tren de Barmbek para tomarse una chela tras otra. O los rostros endurecidos de tantas mujeres que frecuentan los almacenes de “1 Euro” en los suburbios de Hamburgo.

En Burkina Faso aprendí que lo que había conocido hasta entonces era miseria humana, pero que la pobreza iba más lejos. Pobreza en Burkina Faso significa comer una vez al día, por mucho. Pobreza aquí significa que las vacas, gallinas y ovejas llevan la mitad de carne en sus huesos que los animales europeos. Pobreza significa un grupo de niños sonrientes alrededor del único juguete, un camioncito fabricado de una lata de conserva y con cuatro tapas de chela como ruedas. Pobreza en Burkina Faso no significa que los padres no saben con qué dinero enviar a sus hijos a la universidad. Pobreza en Burkina significa tener que dejar de comer para que los hijos puedan ir a la escuela a aprender a leer y escribir.

La pobreza en Burkina Faso es dura, y – al contrario de América Latina - generalizada y por eso poco espectacular. Sin embargo, no es ni de lejos el rasgo más importante en la vida de la gente, como supe en mi visita a Koubri.
La misa católica se hizo en un templo de betón feo en un arenal descampado. La gente había venido en bicicleta, el medio de transporte más popular en Burkina. La misa fue puro canto y baile. El ritmo de los tambores, los colores de los vestidos y la unidad entre cuerpo y espíritu que se transmitía en los movimientos de baile no tenía nada que ver con pobreza. El presidente de la comunidad, Jules Zabré, me invitó a dirigir unas palabras de bienvenida a la comunidad. Grande fue mi sorpresa cuando, después de mi discurso, el Sr. Zabré me dio un regalo envuelto en papel de colores. Fue una tela de batik con un motivo africano y un vestido típico de colores. La comunidad aplaudió y se alegró viendo mi alegría.

En la tarde, el Padre Noel , me llevó al anexo Bassemyam de su parroquia. Unas 30 personas venían a nuestro encuentro con baile y canto en cuánto vieron el auto del Padre Noel. Aquí no había ni una choza de palmeras como sala de reuniones. Nos sentábamos bajo un algarrobo para estar en la sombra. El presidente de la comunidad contó que la vida comunitaria significaba ser solidario de manera muy práctica. Los jóvenes ayudan a los ancianos a trabajar la chacra, o todos pasan alimentos a un miembro de la comunidad que está enfermo. También pasan alimentos a los huéspedes. De repente tengo en mis manos dos gallos magros pero muy vivos. Es tu regalo de huésped, ni pienses en rechazarlo, me susurra el Padre Noel al oído. Yo miro a los ojos de la gente si percibo alguna pizca de envidia o simplemente de hambre. Un pollo entero es una muy rara delicadeza en las ollas caseras. Pero solo noto alegría en las miradas, alegría que ellos pueden ofrecer lo mejor a su invitado.

Nuestra última visita es en la casa de Madeleine Bocgma y Samuel Ouédraogo y sus cinco hijos. Samuel es evangélico, Madeleine es católica, lo que no constituye para nadie un problema , ni para el Padre Noel. La convivencia entre las confesiones y entre las religiones musulmana, animista y cristiana es muy pacífica en Burkina Faso, cuenta Samuel. Cuando me quiero despedir, Madeleine me hace esperar un rato. Su hija llega con una bolsa plástica, es para tí, me dice. Son un kilo de batatas grandes y jugosas.

El maletero del Padre Noel se llena de mis regalos. Después de mi visita a unas de las regiones más pobres de la tierra, tengo en mis manos una tela de batik, un vestido, dos gallos y un kilo de patatas. De repente entiendo que ser pobre significa algo muy distinto de lo que nos dicen los economistas. Ser pobre significa ya no tener nada que ofrecer. O poder ofrecer solamente lo que te sobra. Pero ser verdaderamente pobre significa que no hay nadie quién se alegra de tus regalos. Burkina Faso puede ser un país muy pobre. Pero su gente debe ser entre los más ricos del mundo.


Les deseo una Feliz Navidad y un “rico” Anho 2011!