Ir a ver los campos floridos de tulipanes de Holanda no es solo un gusto para los sentidos, sino una lección histórica sobre la estupidez humana. Sobre todo en esta primavera no I de la crisis financiera y económica. Nada mejor que los tulipanes de Haarlem para darnos una lección sobre ella.
Empezamos nuestro tour en Haarlem, la pequeña ciudad a 18 kms al Oeste de Amsterdam, que fuera aún más desconocida de lo que es si no hubiera dado su nombre al barrio homólogo famoso de Nueva York.
Dentro de Holanda se conoce Haarlem por su centro histórico bien conservado, sus museos y porque aquí se inicia la "Ruta de los tulipanes". Entre abril y mayo, los campos adyacentes se visten de todos los colores, y el ojo mira tulipanes por cuán lejos que pueda ver. Puro adorno ? Que va. El primer objeto de especulación bursátil, es lo que tenemos a la vista. Aqui viene el cuento.
1636, alguna tarde en una bodega de Haarlem. Holanda está viviendo su siglo de oro. mientras que la guerra de los Treinta años está devastando el resto de Europa, Holanda acaba de ganar la guerra contra los ocupadores españoles y recibe los refugiados de todo el continente: huguenotes protestantes de Francia, judíos sefardíes de Portugal y España, bautistas y otras sectas de otros lados. El comercio florece más que nunca. Desde Amsterdam, los barcos salen a traer mercancía de la India del Este y de Rusia. Nace una burguesía de comerciantes ricos a quienes su fe calvinista les prohibe ostentar su riqueza. Exhibir tulipanes exquisitos en el patio era el colmo de la ostentación permitida. Traídos desde primero Asia central y luego Turquía, donde el tulipan es considerado la flor nacional, los tulipanes conquistaron inmediatamente a los holandeses. Tener un huerto con flores, y especialmente con tulipanes, se convirtió en un lujo acariciado. En aquella época nacieron las primeras facultades de botánica y pronto la demanda por tulipanes excedió a la oferta. Porque los tulipanes solo florecen durante los meses de primavera. Y para ello, hay que plantar la cebolla de tulipan durante el otoño anterior. Fiel a los leyes de mercado, aunque en esta época nadie las llamó así, el precio de las cebollas de tulipan subió y subió. En las bodegas de Haarlem, se reunían los mercaderes, y mucha gente pensó que podía entrar al negocio de tulipan y hacerse rico. Las cebollas de tulipanes se conviertieron en moneda. Y como no había suficientes de ellas, los mercaderes empezaron a vender las cebollas que todavía yacían bajo el suelo. Y después a las cebollas que todavía no estaban plantadas. Y después vendían simplemente los papeles que decían que te daba derecho a una cebolla de tulipan futura. Y así se revendía y revendían estos papeles en las bodegas de Haarlem. Mucha gente vendía sus bienes para invertir las ganancias en una cebolla de tulipan en papel.
Hasta que un día de febrero del 1637, el vendedor que anunciaba la venta de una cebolla de tulipan por 1250 guldos (1600 guldos había recibido Rembrandt para su obra maestra, la guardia nocturna), se quedó sin quien le compre. Tampoco tuvo comprador cuando bajó el precio. La gran burburja había sido pinchada. Los rumores de que las opciones sobre cebollas iban a perder de valor, corrían por todas las calles de Holanda, todos querían vender y más que uno se quedó con nada.
Poco después de que se desinfló la burbuja especulativa, empezaron a salir pinturas alegóricas y representaciones que se burlaban de las falsas ilusiones de las que habían sido víctimas tantos contemporáneos. Y la gente se preguntaba como había podido ser posible hacer negocios con el viento, "windhandel" como lo llamaban los holandeses. La tulipomania era la primera burbuja especulativa de la historia de la economía moderna y entró como anécdota a los libros de texto.
Por desgracia, los economistas y financistas parecen no haberlos estudiado bien. Sino, se habrían acordado que vender y comprar papeles sin contravalor real no tiene nada que ver con racionalidad económica, sino con un juego de ilusiones. Tal vez nos reímos hoy de la estupidez de la gente del siglo XVII que se ilusionaban con sus cebollas de tulipanes. Y me imagino como se reirán en 300 años sobre nuestra estupidez de ilusionarnos con productos financieros como "acciones, derivados, opciones y fondos de pensión".
Aunque prefiero mirar a los tulipanes. Y me alegro que ni la desilusión ha podido aplacar el gusto de los holandeses por plantar tulipanes y por traer siempre un ramo de flores a sus casas.
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